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EL ÁRBOL MÁGICO

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BUENOS MODALES Y EDUCACIÓN

Hace mucho mucho tiempo, un niño paseaba por un prado en cuyo centro encontró un árbol con un cartel que decía: soy un árbol encantado, si dices las palabras mágicas, lo verás.

El niño trató de acertar el hechizo, y probó CON abracadabra, supercalifragilisticoespialidoso, tan-ta-ta-chán, y muchas otras, pero nada. Rendido, se tiró suplicante, diciendo: "¡¡por favor, arbolito!!", y entonces, se abrió una gran puerta en el árbol. Todo estaba oscuro, menos un cartel que decía: "sigue haciendo magia". Entonces el niño dijo "¡¡Gracias, arbolito!!", y se encendió dentro del árbol una luz que alumbraba un camino hacia una gran montaña de juguetes y chocolate.

El niño pudo llevar a todos sus amigos a aquel árbol y tener la mejor fiesta del mundo, y por eso se dice siempre que "por favor" y "gracias", son las palabras mágicas.

VAMOS A TRABAJAR EL CUENTO!

Un minuto para pensar...

¿Has notado el efecto que expresiones como "por favor" y "gracias" provocan en la gente? ¿Te gusta? ¿Cómo lo describirías?

Una buena conversación

Comenta con tu hijo la alegría que se siente cuando la gente nos trata con buenos modales, y pídele que  recuerden  a los adultos que los usen también con él

¿Y si pasamos a la acción?

Para fomentar los buenos modales entre todos los de la familia, aplicar esta regla siempre y sin excepciones, y verán como mejora el ambiente: TODO se pide POR FAVOR, y ¡¡CON UNA SONRISA!!

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El concurso que no había forma de perder

Amor generoso

En un antiguo reino debían elegir nuevos reyes siguiendo la tradición. Cada pareja de jóvenes cultivaría durante un año el mayor jardín de amor a partir de un única semilla mágica. No se trataba solo de un concurso, pues de aquel jardín surgirían toda la magia y la fortuna de su reinado.

Hacer brotar una única flor ya era algo muy difícil; los jóvenes debían estar verdaderamente enamorados y poner mucho tiempo y dedicación. Las flores de amor crecían rápido, pero también podían perderse en un descuido. Sin embargo, en aquella ocasión, desde el primer momento una pareja destacó por lo rápido que crecía su jardín, y el aroma de sus mágicas flores inundó todo el valle.

Milo y Nika, a pesar de ser unos sencillos granjeros, eran el orgullo de todos. Guapos, alegres, trabajadores y muy enamorados, nadie dudaba de que serían unos reyes excelentes. Tanto, que comenzaron a tratarlos como si ya lo fueran.

Entonces Milo descubrió en los ojos de Nika que ese trato tan majestuoso no le gustaba nada. Sabía que la joven no le pediría que renunciara a ser rey, pero él prefería la felicidad de Nika, y resolvió salir cada noche en secreto para cortar algunas flores. Así reduciría el tamaño del jardín y terminarían perdiendo el concurso. Lo hizo varias noches pero, como apenas se notaba, cada noche tenía que comenzar más temprano y cortar más rápido.

La noche antes de cumplirse el plazo Milo salió temprano, decidido a cortar todas las flores. Pero no pudo hacerlo. Cuando llevaba poco más de la mitad descubrió que alguien más estaba cortando sus flores. Al acercarse descubrió que era Nika, quien llevaba días haciendo lo mismo, sabiendo que Milo sería más feliz con una vida más sencilla. Se abrazaron largamente, y juntos terminaron de cortar las flores restantes, renunciando a ser reyes para siempre. Con la última flor, Milo adornó el pelo de Nika. Casi amanecía cuando, agotados pero felices, se quedaron dormidos, abrazados en medio de su deshecho jardín.

Despertaron entre los gritos y aplausos de la gente, rodeados del jardín más grande que habían visto jamás, surgido cuando aquella última flor rozó el suelo, porque nada hacía florecer con más fuerza aquellas flores mágicas que el amor generoso y sacrificado. Y, aunque no consiguieron renunciar al trono, sí pudieron llevar una vida sencilla y tranquila, pues la abundancia de flores mágicas hizo del suyo el reinado más próspero y feliz.

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Enseñanza

El verdadero amor se muestra mediante la generosidad y el sacrificio, pensando antes en el otro que en uno mismo

Una playa con sorpresa

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Actitud positiva

No había nadie en aquella playa que no hubiera oído hablar de Pinzaslocas, terror de pulgares, el cangrejo más temido de este lado del mar. Cada año algún turista despistado se llevaba un buen pellizco que le quitaba las ganas de volver. Tal era el miedo que provocaba en los bañistas, que a menudo se organizaban para intentar cazarlo. Pero cada vez que creían que lo habían atrapado reaparecían los pellizcos unos días después, demostrando que habían atrapado al cangrejo equivocado.

El caso es que Pinzaslocas solo era un cangrejo con muy mal carácter, pero muy habilidoso. Así que, en lugar de esconderse y pasar desapercibido como hacían los demás cangrejos, él se ocultaba en la arena para preparar sus ataques. Y es que Pinzaslocas era un poco rencoroso, porque de pequeño un niño le había pisado una pata y la había perdido. Luego le había vuelto a crecer, pero como era un poco más pequeña que las demás, cada vez que la miraba sentía muchísima rabia.

Estaba recordando las maldades de los bañistas cuando descubrió su siguiente víctima. Era un pulgar gordísimo y brillante, y su dueño apenas se movía. ¡Qué fácil! así podría pellizcar con todas sus fuerzas. Y recordó los pasos: asomar, avanzar, pellizcar, soltar, retroceder y ocultarse en la arena de nuevo. ¡A por él!

Pero algo falló. Pinzaslocas se atascó en el cuarto paso. No había forma de soltar el pulgar. El pellizco fue tan fuerte que atravesó la piel y se atascó en la carne. ¿Carne? No podía ser, no había sangre. Y Pinzaslocas lo comprendió todo: ¡había caído en una trampa!

Pero como siempre Pinzaslocas estaba exagerando. Nadie había sido tan listo como para prepararle una trampa con un pie falso. Era el pie falso de Vera, una niña que había perdido su pierna en un accidente cuando era pequeña. Vera no se dio cuenta de que llevaba a Pinzaslocas colgado de su dedo hasta que salió del agua y se puso a jugar en la arena. La niña soltó al cangrejo, pero este no escapó porque estaba muerto de miedo. Vera descubrió entonces la pata pequeñita de Pinzaslocas y sintió pena por él, así que decidió ayudarlo, preparándole una casita estupenda con rocas y buscándole bichitos para comer.

¡Menudo festín! Aquella niña sí sabía cuidar a un cangrejo. Era alegre, divertida y, además, lo devolvió al mar antes de irse.

- Qué niña más agradable -pensó aquella noche- me gustaría tener tan buen carácter. Si no tuviera esta patita corta…

Fue justo entonces cuando se dio cuenta de que a Vera no le había vuelto a crecer su pierna, y eso que los niños no son como los cangrejos y tienen solo dos. Y aún así, era un encanto. Decididamente, podía ser un cangrejo alegre aunque le hubieran pasado cosas malas.

El día siguiente, y todos los demás de aquel verano, Pinzaslocas atacó el pie de Vera para volver a jugar todo el día con ella. Juntos aprendieron a cambiar los pellizcos por cosquillas y el mal carácter por buen humor. Al final, el cangrejo de Vera se hizo muy famoso en aquella playa aunque, eso sí, nadie sospechaba que fuera el mismísimo Pinzaslocas. Y mejor que fuera así, porque por allí quedaban algunos que aún no habían aprendido que no es necesario guardar rencor y tener mal carácter, por muy fuerte que un cangrejo te pellizque.....

Un minuto para pensar...

A Pinzaslocas y a Vera les han ocurrido desgracias parecidas ¿Quién te parece que ha afrontado mejor su situación? ¿Cómo imaginas que habrá sido la vida de Vera? Probablemente Vera y el cangrejo dan importancia a cosas distintas ¿A qué crees que le ha dado más importancia cada uno para ser como son?

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VAMOS A TRABAJAR EL CUENTO!

Una buena conversación

Comenta con tu hijo alguna vez en la que el rencor y el deseo de venganza hayan sido tan fuertes que te hayan llevado a hacer algo de lo que luego te hayas arrepentido, como apartarte de seres queridos. Y comenta también algún caso contrario, en el que haber sabido perdonar te haya hecho sentir mejor. Explícale cómo te sentías cada una de las veces, para que sea capaz de identificar esas situaciones y elegir la mejor opción.

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¿Y si pasamos a la acción?

Para trabajar una buena actitud ante las dificultades,  propongo enterrar un tesoro bajo el mar. Guardar en un cofre pequeño alguna sorpresa para todos: entradas para el cine, un dibujo dedicado, una carta cariñosa... y luego colocarlo en el fondo de un recipiente grande con agua. Cada vez que ocurra algo difícil o desagradable y mantener una buena actitud, ir  sacando un vaso de agua. Cuando ya no quede agua... ¡puedes disfrutar tu tesoro!

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